Diamante vendido
Por RAI
Didier se dirigió a 170 kilómetros al este de París. Visitó la región de Champagne, con sus bodegas, casas y laderas llenas de verdes viñedos. Más de 140 pueblos están entregados al cultivo del vino en un ambiente de cierta paz, ya que desgraciadamente pronto se convertiría en un lugar de saqueo y duras batallas con la retirada alemana. Como venía a decir el General Napoleón: “este vino se lo merece uno en las victorias, pero también cuando acontecen las derrotas”.
Didier firmó numerosos contratos para el exigente enólogo del Führer, figura que hacía de intermediario alemán encargado de que tanto a Hitler como a Alemania no le faltara su cargamento de miles de botellas mensuales. Aquí el ingenio se desató y fueron muchas las trampas y argucias las que se buscaron para engañar a los invasores, escondiendo bodegas y deshaciéndose en la medida de lo posible de mediocres añadas debido a la falta de mano de obra por la situación bélica; algo que aún cuentan los más ancianos del lugar. Pero los alemanes no eran tontos, y Didier consiguió unos buenos contratos para ambas partes. Unos días después se dirigió a su nuevo destino.
Didier, hasta llegar en tren a Lyon, se dio cuenta de que le seguía un hombre con sombrero y abrigo de color marrón. Lo ignoró no sin mantenerse alerta. Entregó el sobre en la Jefatura a la persona indicada, y dejaron de seguirle. Más tarde y tras visitar a unos amigos Martinistas en la ciudad, se dirigió en tren al suroeste de Francia, concretamente a la costa vascofrancesa de Biarritz, no sin antes pasar por la población de Pomerol, departamento de Gironda situado cerca de Burdeos. Allí visitó el Chateau Petit-Village, fundado en el año 1785. Y aprovechó para comprar varias cajas de vinos tintos y blancos que hizo mandar a su dirección de París.
BIARRITZ
Didier vendió el tercer diamante a una dama que vivía en esta atractiva ciudad. Lo hizo por la mitad de su precio real. Los tiempos no eran los adecuados, y al menos serviría para sufragar los gastos de alimentación en una época donde ya no se sabía lo que era un cereal, ni el color que tenía el arroz o los huevos. No había comida que comprar y el mercado negro multiplicaba por 10 y por 20 muchos de los productos alimenticios sobre todo de los frescos. Las latas de comida del ejército se compraban por 5 veces su valor. La gente pedía comida por la calle. Cada vez se veía más enfermedad y miseria. El daño era muy grande y se prolongaría años después de que acabara la Segunda Guerra Mundial. Algo que faltaba pocos meses para que ocurriera.
La Madame***, cuyo nombre quiere que permanezca en anonimato –por ser muy conocida en Biarritz– es amiga del jovencito Michel, un amante de los libros antiguos -en particular de Oriente- que colecciona sellos, monedas y antigüedades. El sueño de Michel es ir a India. Ahora era presentado a Didier junto a un grupo de personas amantes del Ocultismo o Ciencia de lo Hermético que enaltece al ser humano.
–Encantado de conocerle Sr. Didier –dijo entusiasmado el muchacho.
–Lo mismo te digo Michel.
–Aquí en el sur de Francia, igual que en París, hay mucho interés por el arte de usar el péndulo, la quiromancia o el arte de leer las líneas de la mano, el tarot y la metapsíquica en general. ¿Es peligroso adentrarse por estos caminos siendo aún muy joven?
–No, todo lo contrario, ello indica que seguramente eres una persona especial. Tu cuerpo físico será joven, pero tu alma es muy antigua. Si eres consecuente con lo que haces y tienes buenos Maestros, o en su defecto buenos libros, aprenderás muy rápido –añadió Didier.
–Gracias, Señor.
–Gracias a ti por ser un buscador de la verdad. El mundo es muy engañoso, pero un hermoso jardín lleno de secretos espera a los buscadores que son como tú.
Madame***, moviendo su dedo índice en el aire dijo:
–¡Pero no te conviertas en un André Malraux!
–¿Por qué, Señora?
Un hombre que los acompañaba añadió:
–Porque Malraux es un pícaro aventurero, saqueador de yacimientos arqueológicos, novelista, piloto de guerra, cineasta, y sobre todo ¡un fabulador! Pero de cualquier manera lucha dentro del movimiento de la Resistencia, detenido recientemente por la Gestapo, dicen que también se librará de ellos… Allá por donde va no deja indiferente a nadie.
La Señora*** apostilló sus palabras: –Aún así, yo creo en él. Es un intelectual atrevido, surrealista sí, pero muy perspicaz y vanguardista. Y sobre todo muy humano. A mí me gusta.
Todos rieron.
[Nota: André padecía el síndrome de Tourette (tics, guiños y muecas incontroladas). Buen escritor, se editó él mismo su primer libro. De formación autodidacta leía obras y boletines de arqueología oriental. Viajó a Indochina, por la que sentía una gran pasión, y en Camboya se hizo con varios bajorrelieves y cabezas de arte Jemer que arrancó de un templo abandonado. Detenido por las autoridades coloniales (francesas), se le condena a prisión junto a su mujer y un amigo que hacían de compañeros de expedición. Finalmente se las ingenió para no ir a la cárcel y aprovechó la experiencia para escribir la que sería su tercera novela, La Vía Real. Mas tarde, Malraux viaja a España y se pone al servicio del gobierno de la Segunda República alcanzando un gran protagonismo. También fue cineasta, llevando a la pantalla la película Espoir. Sierra de Teruel. Ambientada en hechos ocurridos en Teruel, debido a la guerra fue finalmente rodada en los exteriores de Cataluña y luego finalizada en Francia. Para cuando se quiso estrenar, la República ya había perdido y no tenía sentido exhibirla. Tan solo hubo dos pases privados en un cine de los Campos Elíseos de París para el gobierno republicano en el exilio. Al poco comenzó la Segunda Guerra Mundial, y se censuró y destruyeron todas las copias del film. Pero con los años apareció una copia que se había escondido en una lata. Se trataba de una bobina que había sido clasificada con otro nombre y se volvieron a hacer numerosas copias estrenándose como una película francesa en el año 1945. André Malraux, fruto de la experiencia de la guerra en España, escribió su famosa novela La Esperanza (1937), de la que hizo también una adaptación cinematográfica. Anteriormente había escrito su célebre obra La Condición Humana (1933). Entre otros publicó varios volúmenes dedicados a los museos imaginarios. Más tarde llegó a ser Ministro de Cultura en tiempos de De Gaulle].
Luego se reunieron en un conocido Salon de Thé de Biarritz. Tras hablar de generalidades y también del futuro, siempre con la máxima prudencia, Didier se despidió de todos ellos y abandonó la tranquilidad del local para dirigirse a su hotel. Sabía que hay oídos y espías en cada esquina, y no quería exponerse demasiado. Al día siguiente salía en tren muy temprano en dirección de París.
Al final del día ya estaba en su hogar. Llamó por teléfono a Juliette para quedar el siguiente viernes en el Petit Hôtel. También llamó a Sophie. La alegría de ésta superaba lo esperado por Didier, ya que siempre se mostraba tímida y cauta. Didier se alegró. Pero antes de quedar con ella tenía que descansar del viaje para acudir a su despacho al día siguiente. Tenía que ponerse al día, entregar el contrato firmado al General alemán, y devolver la pistola a los agentes del Gobierno francés. Para ello había quedado en verse a primera hora de la tarde.
Didier durmió 9 horas seguidas. Por la mañana acudió a su despacho sin desayunar. Mientras le informaban y se ponía al día le subieron un café (cereal achicoria) con leche y varios croissants. El desayuno francés no es tan copioso como en Inglaterra. Dos días antes habían llegado las cajas de vino de las bodegas Château de Pomerol. Repartió varias por los despachos y al personal que trabajaba con él.
Ya en la tarde, la secretaria anuncia la visita de los representantes del Gobierno Alemán y Francés.
–Bonsoir, cher ami! –dijo el General alemán dándole un sonoro abrazo. Los gendarmes saludaron solo moviendo la cabeza.
Didier puso su maletín encima de la mesa y tras abrirlo cuidadosamente entregó una copia del contrato y otra se quedaría en los archivos del bufete.
–Muy bien Didier, Alemania le da las gracias, ¡y el Führer también! Acto seguido levantó su brazo, y los dos agentes hicieron lo mismo.
Didier alzó el suyo, pero solo para mostrarle una selecta botella de champagne Cristal Roederer mientras le decía:
–Es para usted General.
–Mon Dieu! Es la botella que pidió hacer al Zar Alejandro II a Louis Roederer. Una botella especial que no fuera de color verde sino transparente y con un fondo plano. Jajaja. El Zar temeroso de que lo envenenaran encargó este exclusivo vino en cristal bien visible, ¡prudencia rusa! Y volvió a reír entusiasmado, para luego, mirando a Didier, decir:
–¡Me gusta este hombre!
Los allí presentes se dieron cuenta, una vez más, que el General alemán conocía bien la historia y anécdotas vinícolas de su País. Sin duda, –pensaron–, los alemanes saben lo que quieren y luchan por ello.
–Didier, no quiero que piense que soy un estúpido. La otra vez fui un poco grosero con el tema de la pistola. Le ruego me disculpe.
–No lo tengo en cuenta General, nunca he tenido una en mi mano y…
Entonces cuando Didier procedía a sacarla de su maletín y de su correspondiente estuche para devolverla, los gendarmes le pararon y le dijeron:
–Usted ha cumplido su misión comercial en forma exitosa, puede quedársela con los papeles para portarla que le dimos.
Didier se quedó pensativo.
–El sobre llegó correctamente a su hombre de Lyon, se lo di en mano.
–Lo sabemos, y le pusimos vigilancia, pero eso usted ya lo sabe. Lo que no sabe es que el contenido del sobre era… ¡papeles en blanco!
–¿Entonces?
–Teníamos que probar su lealtad, recuerde que estamos en guerra –dijeron los gendarmes.
–Bien –añadió Didier un tanto contrariado–, ahora que estamos todos satisfechos nos despedimos aquí. Tengo mucho trabajo.
El General alemán se cuadró y levantó el brazo esta vez con la botella de su preciado champagne Cristal Roederer, como antes hiciera Didier. Los gendarmes, como si tuvieran un resorte debajo de sus axilas hicieron lo propio.
Esa tarde, Didier trabajó hasta casi la hora del toque de queda. Cogió un taxi y se fue para su casa, no sin antes quedar con Sophie para verse al día siguiente desde primera hora de la mañana.
A la mañana siguiente
Suena el timbre. Didier se pone una elegante bata de color azul noche sobre un pijama blanco con finas rayas, abre la puerta tras mirar por la mirilla…
–¡Didier! ¡Buenos días! ¡Es hora de desayunar!
Una chica con un vestido de color hueso que le llegaba a las rodillas, con una chaquetita beige y cinturón a juego se abría paso pidiendo permiso. En una mano traía el bolso y en la otra una caja con croissants y napolitanas. Su tez rosácea, labios de un rojo intenso, y su cabello rubio anunciaban a Sophie.
–¡Buenos días, Sophie! –y mientras ésta le abrazaba tiernamente, Didier le decía–: ¿No es un poco temprano?
–¡Didier! Amanece para vivir otro día, que no es poco. Y hay que aprovecharlo. Recuerda que me prometiste pasar un día entero conmigo.
La alegría que traía Sophie terminó por contagiar a Didier que la miraba con ternura. –¡Claro que no lo he olvidado! ¿Cuál es el plan?
–Primero desayunar juntos, me tienes que contar muchas cosas. Luego te pones guapo y nos vamos a pasear, ver escaparates y sentarnos en uno de los jardines de la ciudad cerca de la torre Eiffel.
–Espera, voy a hacer una llamada –dijo Didier– …<<Hola, Pierre, soy Didier, mira si puedes reservarme una mesa hoy mismo para dos… No, no es oficial, no necesito la mesa donde suele cenar Edith Piaf, sino un rincón más discreto… Sí, eso es, voy con una amiga. Gracias Pierre, ¡hasta luego!>>
–¡Vaya! Una mesa discreta para dos, ¿eh? –dijo Sophie, mientras jugaba con un croissant cerca de sus labios rojos–. ¿A cuántas señoritas has llevado a ese sitio, Didier?
–A ninguna que no fuera por asuntos de negocios.
–Ya, bueno, ¿se puede saber de qué restaurante se trata?
–Sí, claro, es La Coupole…
–¿El del barrio de Montparnasse inaugurado hace unos poquitos años?
–Eso es.
–Me encanta su decoración Art Decó. Mi padre me llevó hace cuatro o cinco años… recuerdo los Crêpes Suzette au Grand Marnier flambeados en la misma mesa, delante de los comensales… sus Fruits de Mer… y lo que no he podido probar aún es su sublime tarta de limón con merengue, eso sí, acompañado de una copa de champagne rosado.
–¡Pues hoy lo harás!
Acto seguido, y con un movimiento rápido Didier le quitó el croissant de los labios, lo dejó en un plato de desayuno a la vez que rodeaba la frágil cintura de Sophie, que estando aún con la boca abierta, Didier posó suavemente sus labios en el lugar que ocupaba antes el dulce manjar. Ambos se fundieron en un largo beso, como intentando recuperar el que no se pudieron dar en la calle, en su visita a la casa de Nicolás Flamel.
Tras aquel momento intimista, Sophie le dijo a su amigo:
–Didier, enciendes en mí una pasión que me devora. No hay océano que pueda apagar este fuego en mi corazón. Pero no te preocupes ¡nunca seré una cadena para ti!
Didier, contemplaba sus ojos casi llorosos, mientras su mano le acariciaba la barbilla, luego su oreja, para seguido ambos volverse a fundir en interminables besos.
Una vez en la calle, saliendo del portal, se encaminaron en dirección de una pequeña librería, ya que Sophie gustaba de ver su escaparate. Ella sonreía, recordando quizás los besos, iluminando aún más su rostro, para delicia de Didier. En algunos lugares había más ajetreo que en otros. Vehículos, gentío, obras de remodelación… de repente un hombre un tanto ebrio con una pancarta de cartón se cruzó con ellos gritando a todo el mundo: ¡Parisinos! ¡Despertad! ¡Muerte a los traidores! ¡Salvad a París! ¡Ángeles del cielo, protegednos!
Unos hombres salen de una camioneta y se lo llevan.
–¿Qué le va a pasar a ese hombre? –dijo Sophie
–No te preocupes. Le detendrán 24 horas, le darán de comer y lo soltarán.
Un camión descargaba leña, otro carbón, y un poco más allá varios motocarros llevaban grandes bloques de hielo para restaurantes y mercados de pescado.
Tras visitar algunas tiendas de moda y otras de antigüedades llegaron a los jardines de la ciudad. Pasearon en silencio entre diversidad de flores… luego Sophie hizo a Didier algunas reflexiones:
–¿Por qué la gente, y en particular los políticos, creen que el dinero y el poder dan la felicidad?
–El dinero y el poder no constituyen la felicidad, ni siquiera el conocimiento, y si lo hace es solo temporalmente.
–¿Tampoco el conocimiento?
–No, me refiero al excesivo deseo de conocerlo todo.
–¿Por qué?
–Porque cuando la curiosidad te lleva al extremo, puedes descubrir cosas que pueden alterar la percepción que se tiene de la vida. Hay una frase que dice: <<Al conocimiento con tiento>>.
–Quizás –dijo Sophie– por eso Luc de Clapiers hablaba de que “Ni la ignorancia es falta de talento, ni la sabiduría es prueba de genio”.
–Caramba esa frase no la conocía, pero es evidente que es así.
Luego un taxi les acercaría al restaurante de Montparnasse.
Continuará…
Nueva reunión en el Petit Hôtel París
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