El Petit Hôtel París / La Moda en París
Por RAI
EL PETIT HÔTEL PARÍS
Caminaba por una calle de la ciudad de París mirando cómo las gotas de lluvia rebotaban en sus zapatos. Un trueno le hizo alzar la mirada. Ya estaba frente a la casa-hotel en el que había quedado con un grupo de estudios ocultistas y herméticos. Hizo sonar la campana tirando de una manivela situada al lado del letrero desgastado de porcelana azul-índigo y con letras blancas que ponía “Petit Hôtel Paris”.

En una calle-jardín de París
A mediados de los años 30 había una gran cantidad de grupos no-conformistas que buscaban la inspiración en libros, revistas y movimientos filosóficos relacionados con Egipto, Grecia, y los alquimistas de la Edad Media, por un lado. Mientras que otros buscaban y reflexionaban sobre nuevas ideas políticas, moda, arte y los nuevos espectáculos.
La puerta se abrió y una señora mayor de ojos verdes y cabello castaño con gruesos rizos, esbozó una leve sonrisa tras mirar a un lado y al otro de la puerta.
–Hola Henri -dijo la señora.
–Hola Colette.
Colette era mujer de René, y dueños de la casita hotel.
Francia se hallaba sacudida por la crisis financiera que azotó al mundo unos años antes, en 1929. La vida social estaba ralentizada y su recuperación se presentaba lenta, y según la médium Juliette (nombre que proviene del mes de julio y corresponde al planeta Júpiter) se avecinaba una época apocalíptica.
Pero aún sería peor para España, Alemania, Italia, Inglaterra y los Estados Unidos. Los gobernantes, como tantas veces ha ocurrido y ocurrirá en el futuro, eran incapaces de detectar con claridad lo que ocurría, ni las causas reales de la crisis. Los parisinos pasaban hambre. Los niños y ancianos eran los más vulnerables. Pero nada comparado con lo que ocurriría en los años siguientes.
Tratar en la reunión sobre qué peligros amenazaban a Francia y en particular a los ciudadanos parisinos, era el motivo de la tertulia de ese día, y también las circunstancias económicas por las que estaban pasando los dueños del pequeño Hotel París. Como cada viernes y una vez al mes, la reunión se llevaba a cabo en un salón acogedor de la parte baja del hotel. El mismo se hallaba ubicado tras lo que era una bodega de vinos, ahora llena de cajas de madera y sillas antiguas. Una pequeña puerta daba paso a la sala de reuniones. La habitación aparecía con estanterías llenas de libros antiguos, protegidos algunos con puertas de cristal y otros con cortinas de terciopelo rojo, y cajones cerrados con llave. En un lado había una gran mesa de roble rectangular, donde cabían doce personas sentadas cómodamente. Sobre ésta había distintos libros, entre ellos se apreciaba la obra de Zanoni y una esfinge egipcia de loza azul brillante del tamaño del libro.
A un lado de ésta y en un rincón, una mesa redonda con seis sillas servía de cobijo y lugar de encuentros. Aquí los amantes de los libros y de las tertulias filosóficas mostraban la esencia de sus pensamientos y reflexiones. En esta mesita se hablaba de psicometría, de radiestesia, de astrología, de quiromancia o lectura de las manos, de metapsíquica, de arqueología del Antiguo Egipto, de talismanes y piedras mágicas.
Según decían, los libros daban conocimiento, y los objetos mágicos servían para aprender a desarrollar la concentración y la meditación. Ambos eran los medios para llegar a la luz.
En la última reunión la médium Juliette dejó caer que había que prepararse mental y físicamente para un nuevo conflicto que se asomaba en el horizonte, tal y como lo había visto repetidamente en sus visiones.
También dijo, que el vulgo nada sabe de poderes sobrenaturales. La gente, como nunca ha estado preparada para un entendimiento superior, no puede acceder a este drama que se avecina. De ser así, las escuelas de iniciación y sabiduría no existirían. El poder del hombre es grande, y ha sido conocido desde que los Maestros Divinos plantaron la semilla del Conocimiento en los albores de la humanidad…
Ahora en el salón, se hallaban ya sentados en la mesa redonda la médium Juliette, hija de un comerciante de perfumes. Didier, que es un ilustrado abogado, conocedor de algunas hermandades esotéricas de Francia y Europa. Y Armand, un librero zahorí o rabdomante que usa un péndulo además de la horquilla de avellano y era un miembro de la Asociación de Amigos de la Radiestesia fundada en 1929 por el sacerdote Alexis Bouly.
LA MODA EN PARÍS
La moda en París comenzaba a estar en auge. Juliette vestía con los diseños de Jeanne Paquin, de la Rue de la Paix, fallecida tres años antes en plena fama. Juliette afirmaba entrar en contacto de vez en cuando con su espíritu. La conoció en vida y la veía como una mujer fuerte y extraordinaria, que luchaba por la liberación de la mujer a través de la moda. Jeanne era también una gran admiradora de los ballets rusos y de su arte. A Juliette le gustaba llevar el abrigo quimono de sobrios colores diseñado por su admirada amiga Jeanne Paquin.

En el nº3 se hallaba la tienda de la diseñadora Jeanne Paquin.
Colette, pareja de René y dueños del Petit Hôtel París, viste de manera frugal. Lleva un vestido azul turquesa que hacía honor a sus ojos verdes, junto con una chaquetita de lana de color oscuro que cruzaba con elegancia sobre su pecho.
René, su marido, un hombre mayor, vestía humilde pero elegante, con ropa de color gris y marrón.
En cambio Henri, lleva un traje de lana color marrón, con ojales cruzados y camisa de color crema con rayas muy finas formando cuadros. Con la corbata y la gabardina, le hacían parecer un comisario de policía.
Didier, el abogado -así le llamaban-, llevaba el cabello con un buen corte a los lados y en la nuca, dejando más volumen en la parte superior para peinarlo hacia atrás, bien engominado para que no se mueva como era la moda. Viste un traje de color oscuro con pañuelo de seda en su bolsillo superior, y una camisa blanca. Un abrigo largo, guantes, y el paraguas completaban su atuendo, lo que hacía de él un hombre distinguido. Ya no se llevaba barba, y rara vez un grueso bigote tan popular en esa época. Aún así, él llevaba un fino bigote del estilo del actor Errol Flynn. Para entonces las gafas oscuras eran sinónimo de espía o tramposo, y ya no se llevaban. Eran tiempos austeros y la extravagancia estaba mal vista.
Armand el librero y radiestesista, vestía con un grueso jersey de nudos en azul marino, y pantalón de pana marrón oscuro, coronado por una boina de color índigo, bien ladeada sobre una de sus orejas.
Una vez que se saludaron, se sentaron los seis y volvieron a retomar la conversación de la última vez.
Luego se hizo una sesión de mediumnismo.
Tras las visiones, y ya de nuevo incorporada en su cuerpo físico se le acercó a Juliette media copita de ginebra para reanimarla físicamente. Tras un pequeño sorbo dijo:
–Se trata de Alemania.
–¡Otra vez los alemanes! –Espetó sin ningún tacto René (había perdido a sus padres en la Primera Guerra Mundial), y añadiendo un bufido dijo:
–¿No tuvieron suficiente con la primera Gran Guerra?
Juliette, respondió con voz casi apagada:
–El conflicto que viene no va a ser solo de oscuros uniformes militares, sino de… una inmunda pestilencia psíquica, de ¡fuerzas paranormales!
Luego con un poco más de fuerza en su voz, añadió:
–¡Algo tenebroso y oscuro se alzaba en el horizonte! Veo que la confrontación va a ser diferente a todas las anteriores de 1870 y 1914.
–Analicemos esto –añadió Armand.
El grupo compartió opiniones y comenzaban a dibujarse planes y objetivos…
En esta ocasión trataron sobre los gastos que costaba el mantenimiento del pequeño hotel. Colette y René estaban endeudados dada la situación social de pobreza que se vivía en la ciudad. Y esto les preocupaba porque estaban a punto de perderlo todo. Los bancos apretaban sus zarpas legales y el señor Didier, abogado, ya no podía contenerlos más.
Nuevo trance de la médium.
Juliette, volvió a entrar en un estado profundo de la mente. Pidió hacer un silencio. Después pronunció unas ininteligibles palabras y cayó en trance. Un fuerte trueno, de la tormenta que caía en el exterior, retumbó en toda la casa. Al poco, Juliette abrió la boca y depositó sobre una taza vacía de té, la conocida forma lechosa de ectoplasma, un fluido psíquico, que en la experiencia repetitiva de otras reuniones lo había convertido en algo ya conocido (se trataba de una sustancia blanca de composición desconocida que se produce en un estado modificado de conciencia. Una sustancia energética o etérica que se materializaba por el poder mental de la médium). Pero esta vez había algo peculiar en él. Había una luminiscencia en la masa vaporosa. Se esperó a que Juliette saliera de su trance y tomara unas respiraciones profundas. Su cara pálida, siempre que caía en trance, se volvía ahora más rojiza. Luego tomó delicadamente la taza y vertió su contenido sobre un platito, y entre la espuma ligeramente luminosa, aparecieron tres diamantes brillando a la vez que ésta desaparecía.

El hotel era una pequeña opción al Gran Hôtel de París
Cómo ocurrió esto merecerá nuestra atención más adelante. El caso es que todos se miraron y comprendieron que allí estaba la solución al problema del hotel. En Metapsíquica se estudia el fenómeno del ectoplasma de los médiums sin llegar a comprenderlo todavía. Curiosamente a la vez que esto ocurría en París, en un poblado de India, durante una ceremonia de fuego llamada Agni-Puja, el yogui estando situado frente a grandes llamaradas de fuego con las manos unidas frente a su pecho materializó por su boca tres pequeños lingams de cristal de cuarzo, que recogieron con una gasa de seda blanca, los sacerdotes que a su lado pronunciaban mantras en forma devota y ceremonial.
Continuará…
LA MUJER QUE ESCUPÍA DIAMANTES – II
Ayuda del otro lado /Los Tentáculos de la Bestia.
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