La idea de este Pacto surgió en la mente del Profesor Nicolás K. Roerich un poco antes de los años 30 del pasado siglo. Viendo los horrores creados por la Primera Guerra Mundial el corazón de Nicolás se apenaba por la destrucción que dejaban tras de sí los conflictos armados. Y al parecer, no hemos aprendido nada, pues hoy día seguimos viendo lo mismo.
Cuando recorría las calles de Moscú junto a mi mujer Petri bajo una intensa nevada en dirección del Centro Museo Internacional de los Roerich, para asistir a las conferencias relacionadas con el Pacto Roerich y la Defensa del Patrimonio cultural y artístico, veíamos cómo la nieve rebotaba en nuestros abrigos de invierno. Como ya he dicho alguna vez, la nieve de Rusia es distinta a la que yo conocía. Al menos en esos días. Nunca he visto ese tipo de nieve, eran copos esféricos que te tocaban y rodaban por la ropa sin apenas mojarte. Estos diminutos copos redondos eran como una bendición constante que caían del cielo de… ¿Shámbala? Qué extraño puede parecer este relato, y sin embargo para nosotros dos en ellos estaba contenido TODO. Cuando digo todo es Todo… Rusia, los Roerich, la bendición de la Jerarquía… repetido así miles y miles de veces en la nieve, nieve que no nos atrevíamos ni a pisar. Era como si la bendición viniera de todos los lados… Lo sentíamos como una gratitud blanca e inmaculada que nos recibía de forma entrañable a los que veníamos desde tan lejos.
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