Un artículo publicado en febrero del año 2000 (hace 20 años) en la revista de Más Allá.
Proteger la estabilidad de los “centros de conciencia” y conseguir la iluminación interior sin necesidad de forzar el velo de lo desconocido. Esa es la principal función de los recintos sagrados hindúes. Ahora bien, el “hechizo” no funcionará a menos que el devoto ponga, de corazón, algo de su parte. Si desea vivir plenamente la experiencia de visitar un templo hindú, no deje de leer el siguiente reportaje.
La visita a un templo hindú constituye una experiencia fantástica y renovadora difícil de olvidar. Al entrar en el templo, más de 3000 años de vida y actividad ritual nos contemplan. Por primera vez nos sentimos conectados con el saber más antiguo. Resonamos como almas que ya han vivido esta situación alguna vez, pero también tomamos consciencia de la larga distancia que nos queda para llegar a la definitiva perfección como personas.
De este modo, un caleidoscopio de emociones, percepciones sensoriales y vislumbres intuitivos se presentan ante el peregrino, sea éste un ejecutivo moderno o un místico yogui, una ama de casa o un estudiante. Todos son bienvenidos. Una cálida cascada de vibraciones de paz baña a todos por igual.
LA ACTITUD INTERIOR
Quien nunca haya estado en un templo hindú debe prepararse para entrar en un universo diferente. El recinto es un lugar mágico, un punto de encuentro entre tres mundos. El universo físico es el Primer Mundo, y el reino de Dios y los dioses, con sus miríadas de formas, el Tercer Mundo. El intermedio, el Segundo Mundo, que es la morada de los devas (ángeles) y mahatmas (seres de luz), interpenetra los dos primeros.
Este Segundo Mundo es conocido como el “Reino de las Almas”. Todos somos almas, sólo que en el plano físico se expresan a través de un cuerpo. El alma evoluciona de un mundo al otro hasta perfeccionarse y lograr la unión completa con su creador. En el templo hindú podemos percibir los tres mundos en uno, y ello contribuye a intensificar nuestra evolución.
Los templos hindús no son como los occidentales. Carecen de puertas y el dirigente espiritual, sacerdote o maestro, no es un intermediario entre el devoto y la divinidad. Es el encargado de mantener afinada la energía del lugar mediante la recitación de textos sagrados antiguos, cánticos y el puja (ceremonia u ofrenda), que despierta la capacidad de sintonizar con los arquetipos sutiles. De este modo, y si la devoción se practica con verdadero amor, se precipita en ocasiones la afluencia de devas que materializan olores perfumados especiales, a veces incluso flores y objetos físicos (lingams), y sobre todo un inmenso caudal de energía salutífera y bendiciones.
Protocolo: la visita al templo.
Es conveniente darse una ducha en casa y ponerse ropa limpia antes de acudir al templo, al cual se suele ir con regalos como frutas, flores, velas, incienso o dulces. La ropa blanca o vestido tradicional es mejor: saris, punjabis o largos vestidos para las mujeres. Para ellos, pantalones y camisolas largas, tipo yoga o chándal. El calzado se deja fuera y hay que tocar la campana de la entrada para saludar a Ganesha, divinidad principal que representa la Fuerza.
La mente debe estar orientada hacia Dios, lo universal. Los problemas, tensiones y tristezas han quedado atrás. Con las manos juntas y el saludo namaskar nos inclinamos levemente ante el sancta sanctórum. Uno debe sentir el sannidhaya, la divina presencia dentro del templo.
Tras depositar el collar de flores o la ofrenda a los pies de la divinidad, ya podemos sentarnos en meditación silenciosa. Los pies no deben estirarse apuntando a la deidad o al maestro. Los modales incorrectos, la risa o los comentarios en voz alta deben ser evitados. El guía espiritual es conocido como el pujari, el que realiza el puja (intercambio de energía). Hay dos tipos de puja: bahya puja (externo, ceremonial) y manasika puja (interno, actitud mental). Ambos requieren bháva, que significa “sentimiento profundo”, “estado mental definido”. Sin bháva, el puja no es puja y no sería posible la dinamización pránica o vital del templo.
Templo de la Luz en Adyar India 1982
En el ritual o ceremonia externa, el pujari comienza primero por purificar la atmósfera, saludar a las divinidades y bendecir los utensilios sagrados usados en el puja. Para ello pronuncia mantras, efectúa cánticos en lengua sánscrita y recita himnos de los antiguos textos de los Vedas. Luego viene la retribución de energía (aunque sólo podremos recibir si aprendemos a dar). El pujari ofrece collares de flores, arroz, incienso, cúrcuma, agua, perfumes, pasta de madera de sándalo, ceniza sagrada, agua de rosas, leche, frutas, alcanfor, aceite o velas para la luz.
Arati: tomando la llama sagrada.
En el cenit del puja, una bandeja con luces vivas -como una tarta de cumpleaños- es movida en círculos ante la deidad mientras suenan las campanas: es el arati, el momento más hermoso. Ahora es cuando Dios envía su poder y se produce el intercambio con los devotos. El Tercer Mundo y el Primero se conectan más que nunca. A través de la llama sagrada (agni) los devas y los reinos sutiles pueden vernos, produciéndose la comunicación necesaria para que envíen sus bendiciones.
Mientras cantan a la luz, los devotos pasan sus manos reverencialmente tres veces por la lámpara ardiente, llevando las bendiciones a sus ojos. De esta manera se comparten tanto el amor que se ha ofrecido a Dios como las bendiciones, en un baño de luz que ha de permitir clarificar nuestros propósitos en la vida y percibir mejor -con los ojos bien despiertos- la Verdad más profunda instalada en ella.
Vibhuti y agua sagrada.
Vibhuti es la ceniza sagrada: los restos de maderitas no espinosas, boñiga seca e incienso, todo cuidadosamente escogido. Es un símbolo de pureza que representa la reducción a cenizas de “las tres ataduras” -el ego, la ignorancia y el mal karma- y revela así la buena voluntad y la bondad natural del alma.
El sacerdote marca nuestra frente con dicha ceniza, o bien la deposita en nuestra mano derecha (nunca en la izquierda: es de mala educación). Nosotros transferimos el vibhuti a la palma de la mano izquierda y seguidamente, con los tres primeros dedos de la mano derecha, untamos en la ceniza y trazamos tres líneas a lo largo de la frente. Este acto representa la conquista de las tres ataduras. Poco después se proporciona una cucharadilla de agua sagrada bendecida (tirtham) que se recibe en la palma ahuecada de la mano derecha y que, tras beber un poco, se pasa por la cabeza hacia atrás, magnetizando toda la actividad cerebral (centro coronario). A veces también se tocan los ojos y luego se bebe. Así se armonizan la personalidad y el alma.
Chandana y kunkuma.
Chandana es una pasta de madera de sándalo cuya fragancia la convierte en una preciosa substancia de uso tradicional. Se debe untar con el dedo anular derecho y aplicar a un punto determinado en el centro de la frente (Tercer Ojo). Acto seguido, se frotan ambas manos para extender su maravilloso perfume.
Después le toca el turno al kunkuma, un polvo rojo contenido en una cajita que el sacerdote sujeta. Hay que introducir en ella el dedo anular (sin mojarlo con saliva) y aplicar encima del sándalo en la frente. Este punto, llamado bindu, marca nuestra percepción superior: la idea de que lo esencial es invisible a los ojos físicos y que somos devotos del camino espiritual. Para los yoguis que siguen un sendero definido supone la identificación con el “Maestro de Maestros”, el primer Asceta, el dios Shiva.
Podemos decir que todos los matices de la existencia, incluso los relativos a la vida cotidiana (ver recuadro), se dan en el templo hindú. El trabajo en grupo y la particular “forma vibracional” que adquiere el recinto es precisamente lo que protege a todo aquel que se acerca al mismo.
Puja y Yoga.
En la práctica auténtica del yoga (no en el que se practica en gimnasios y salas de fitness), donde se imparten las “enseñanzas”, se acentúa la sintonización mental o el manasika puja. Es común en las sesiones avanzadas de yoga visualizar un haz de luces partiendo del corazón del estudiante en dirección al maestro o la deidad, potenciado por un lazo honesto de sentimiento verdadero, mientras mentalmente se proyecta afecto, cariño y lealtad.
Se trata de una acción retributiva basada en el gana-gana (ganan ambas partes), sin aquella actitud de pichón en la que sólo se busca que a uno lo “alimenten y empujen” a volar. Esto no sería una posición saludable ya que la actitud psicológica “vampiresca” es bloqueante y desdeñable. Así, en la práctica ortodoxa del yoga, el manasika-puja se presenta con tres matices más:
1. Bhavana puja: Dirigido al ashram o local que acoge tanto las enseñanzas como a los practicantes de yoga para impregnar de fuerzas saludables y positivas el lugar.
2. Guru puja: Apoyo al instructor que imparte la enseñanza y que representa al maestro y a Shiva.
3. Satguru puja: Es para aquel que inspira el trabajo del instructor, su maestro: el propio creador del sistema yoga, Sri Patañjali, Shiva o Narayana.
La utilización del puja permite protegerse del magnetismo agotador de las personas que necesitan “chupar” todo aquello que pillan por medio. Los instructores, en su sensibilidad, pueden -y de hecho lo hacen- “enfermar” en su continua labor de divulgación y ayuda año tras año. Ellos no son dioses y por ello no disponen de una energía inagotable. De ahí que el puja sirva para poner las cosas en su sitio. Se puede decir, para finalizar, que el yoga sin puja no es yoga.
Ceremonias especiales y cotidianas Homa.
En algunas fiestas especiales se realizan ceremonias un poco más complejas, como quemar en un fuego sagrado (homa) una petición u oración escrita en un papel. Se supone que la respuesta -después de haber pasado a los planos superiores- llegará en los tres días siguientes, a menudo de manera sutil. Una sincronicidad de hechos, una inspiración repentina o una sugerencia fortuita suelen ser sucesos notables tras una práctica espiritual sincera.
Archana.
A un puja especial e individualizado se le llama archana. Suele ser una ceremonia corta, usualmente después del puja principal. Es una manera de pedir a Dios algo importante y personal, o simplemente de expresar nuestro agradecimiento por la buena fortuna. El sacerdote necesitará nuestro nombre y el astro de nacimiento (nakshatra).
Samskaras.
Los samskaras son ceremonias cotidianas en la vida de cada hindú: dar el nombre al bebé (a los 40 días de su nacimiento), la perforación de las orejas (a la edad de un año), las bodas o el comienzo de la educación convencional. También los ritos funerarios son conducidos por religiosos designados especialmente. A veces se trata de ceremonias muy elaboradas, y otras, más sencillas. Siempre incluyen el puja y el homa o ritual del fuego.
LEONARDO OLAZABAL – PROFESOR DE MEDITACIÓN RAJA YOGA
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